Se a verdade vale menos do que a sua ideia, não perca tempo com esta leitura.
«Viganò responde a Oullet
19/10/18 7:17 PM
En la
conmemoración de los mártires de la América Septentrional
Ha sido para
mí una decisión dolorosa testimoniar la corrupción que aqueja la la jerarquía
de la Iglesia Católica, y sigue siendo doloroso. Pero soy anciano, y sé que
pronto habré de rendir cuentas ante el Juez de mis acciones y omisiones, y que
teme a Aquel que puede arrojar el cuerpo y el alma al infierno. Juez que, a
pesar de su infinita misericordia, retribuirá a cada uno según sus méritos el
premio o la pena eternos. Anticipando la terrible pregunta de aquel
Juez, «¿cómo pudiste tú, que conocías la verdad, quedarte callado en medio
de tanta falsedad y depravación?» ¿Qué podría responderle?
He hablado
con pleno conocimiento de que mi testimonio podía ser causa de alarma y
consternación en muchas personas eminentes: eclesiásticos, otros obispos,
compañeros de fatigas y oraciones. Sabía que muchos se sentirían ofendidos y
traicionados. Había previsto que algunos a su vez me acusaran y pusieran en
tela de juicio mis intenciones. Pero lo más doloroso de todo es que muchos
fieles inocentes quedarían confusos y desconcertados al ver a un obispo que
acusa a sus hermanos prelados y sus superiores de actividades ilícitas, pecados
sexuales y grave dejación de funciones. Con todo, creo que de haber seguido
manteniendo silencio habría puesto a muchas almas en peligro, y desde luego
habría condenado la mía. A pesar de haber informado en numerosas ocasiones a
mis superiores, e incluso al Papa, de las aberrantes acciones de McCarrick,
habría podido denunciar antes en público la verdad que yo conocía. Si tengo
alguna culpa en ese retraso me arrepiento de ella, retraso que se debió a la
gravedad de la decisión que iba a tomar y al largo sufrimiento que supuso para
mí conciencia.
Se me ha
acusado de haber sembrado con mi testimonio confusión y división en la Iglesia.
A esta afirmación sólo pueden dar credibilidad quienes sostengan que tal
confusión y división eran insignificantes antes de agosto de este año.
Cualquier observador imparcial habría observado ya perfectamente la prolongada
y significativa presencia de ambas en la Iglesia, cosa inevitable cuando el
sucesor de San Pedro renuncia a ejercer su principal cometido: confirmar a los
hermanos en la Fe y en la sana doctrina moral. Si en vez de hacer eso agrava la
crisis con mensajes contradictorios o declaraciones ambiguas, la confusión
aumenta.
Por eso
hablé. Porque la conspiración de silencio ha causado y sigue causando un daño
enorme a la Iglesia, a tantas almas inocentes, a jóvenes con vocación al
sacerdocio y a los fieles en general. Con respecto a esta decisión mía, que he
tomado en conciencia delante de Dios, acepto de buena gana toda corrección
fraterna, consejo, recomendación e invitación a avanzar en mi vida de fe y amor
a Cristo, a la Iglesia y al Papa.
Permítanme
recordarles de nuevo los puntos principales de mi testimonio:
–En
noviembre de 2006 el nuncio en los EE.UU., arzobispo Montalvo, informó a la
Santa Sede de las actividades homosexuales del cardenal McCarrick con
seminaristas y sacerdotes.
–En diciembre
del mismo año el nuevo nuncio, arzobispo Pietro Sambi, informó a la Santa Sede
de las actividades homosexuales del cardenal McCarrick con otro sacerdote.
–También en
diciembre de 2006, yo mismo dirigí una nota al Secretario de Estado, cardenal
Bertone, la cual entregué personalmente al sustituto para asuntos generales,
arzobispo Leonardo Sandri, solicitando al Papa que tomase medidas
disciplinarias extraordinarias contra McCarrick a fin de impedir más delitos y
escándalos. No recibí ninguna respuesta a esta nota.
–En abril de
2008, una carta abierta de Richard Sipe al papa Benedicto fue remitida por el
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Levada, al
Secretario de Estado, cardenal Bertone. La carta contenía más acusaciones contra
McCarrick de que éste se había acostado con seminaristas y sacerdotes. Me fue
entregada un mes más tarde, y en mayo de ese mismo año dirigí una segunda nota
al entonces Sustituto de Asuntos Generales, arzobispo Fernando Filoni,
exponiendo las acusaciones contra McCarrick y solicitando que se le aplicaran
sanciones. Esta segunda nota mía tampoco obtuvo respuesta.
–En 2009 ó
2010 supe por el cardenal Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos, que
el papa Benedicto había ordenado a McCarrick abandonar el ministerio público y
adoptar una vida de oración y penitencia. El nuncio Sambi comunicó a McCarrick
las órdenes del Papa alzando tanto la voz que se lo oyó en los pasillos de la
Nunciatura.
–En
noviembre de 2011 el cardenal Ouellet, nuevo prefecto de la Congregación para
los Obispos, me expuso una vez más las restricciones que el Santo Padre había
impuesto a McCarrick, y o mismo se las transmití a éste cara a cara.
–El 21 de
junio de 2013, hacia el final de una reunión de todos los nuncios en el Vaticano,
el papa Francisco me dirigió unas palabras de reproche y de difícil
interpretación sobre el episcopado de Estados Unidos.
–El 23 de
junio, el papa Francisco me recibió en audiencia privada en su apartamento para
que me hiciera una aclaración, y me preguntó: «¿Cómo es el cardenal
McCarrick?», palabras que no puedo entender sino como una falsa curiosidad por
saber si yo era o no aliado de McCarrick. Le dije que McCarrick había
corrompido sexualmente a generaciones de sacerdotes y seminaristas, y que el
papa Benedicto le había ordenado dedicarse exclusivamente a una vida de oración
y penitencia.
–Por el
contrario, McCarrick siguió gozando de especial consideración por parte del
papa Francisco, el cual siguió confiándole más misiones importantes de gran
responsabilidad.
–McCarrick
formaba parte de una red de obispos favorables a la homosexualidad que gozando
del favor del papa Francisco han promovido nombramientos de obispos para
protegerse de la justicia y fomentar la homosexualidad en la jerarquía y en la
Iglesia en general.
–Parece que
el propio papa Francisco hace la vista gorda mientras se propaga esta
corrupción, o bien, sabiendo lo que hace, es gravemente responsable porque no
se opone a ella ni intenta erradicarla.
He puesto a
Dios por testigo de la veracidad de estas afirmaciones mías, ninguna de las
cuales ha sido desmentida. El cardenal Ouellet ha publicado un escrito reprochándome
mi temeridad de haber roto el silencio y presentado acusaciones graves contra
hermanos obispos y mis superiores, pero en realidad sus reproches me confirman
en mi decisión, y de hecho confirman mis afirmaciones, una por una y en su
totalidad.
–El cardenal
Ouellet reconoce haberme hablado de la situación de McCarrick antes de que yo
partiera para Washington a fin de tomar posesión de mi cargo de nuncio.
–El cardenal
Ouellet reconoce haberme comunicado por escrito las condiciones y restricciones
impuestas a McCarrick por el papa Benedicto.
–El cardenal
Ouellet reconoce que dichas restricciones impedían a McCarrick viajar y hacer
apariciones en público.
–El cardenal
Ouellet reconoce que la Congregación para los Obispos había ordenado por
escrito a McCarrick, primero por intermedio del nuncio Sambi y luego de mí, que
llevara una vida de oración y penitencia.
¿Y qué alega
el cardenal Ouellet?
–El cardenal
Ouellet refuta que el papa Francisco hubiera podido acordarse de informaciones
importantes sobre McCarrick en un día en que se había encontrado con docenas de
nuncios y sólo había podido conversar con cada uno por breves minutos. Pero no
fue eso lo que declaré en mi testimonio. Lo que testifiqué fue que en otro
encuentro privado informé al Papa respondiendo a una pregunta suya sobre
Theodore McCarrick, entonces cardenal arzobispo de Washington, figura destacada
de la Iglesia Católica de los EE.UU., y que le dije al Papa que McCarrick había
corrompido sexualmente a sus seminaristas y sacerdotes. Ningún papa se olvida
de algo así.
–El cardenal
Ouellet niega que en sus archivos hubiera cartas firmadas por los papas
Benedicto o Francisco con relación a sanciones a McCarrick. Pero yo no dije eso
en mi testimonio. Yo testifiqué que tenía en sus archivos documentos clave
–vinieran de quien vinieran– que incriminaban a McCarrick y documentaban las
medidas que se habían tomado al respecto, así como otras pruebas de
encubrimiento en su caso. Y vuelvo a confirmarlo.
–El cardenal Ouellet niega que en los archivos de su
predecesor el cardenal Re hubiera notas de audiencias que impusieran al
cardenal McCarrick las mencionadas restricciones. Pero no fue eso lo que dije
en mi testimonio. Lo que declaré fue que hay otros documentos: por ejemplo, una
nota del cardenal Re, no ex audiencia SS.mi., o
bien firmados por el Secretario de Estado o el Sustituto.
–El cardenal
Ouellet alega que es falso que las medidas tomadas contra McCarrick sean
sanciones decretadas por el papa Benedicto y anuladas por Francisco. Es cierto
que técnicamente no eran sanciones sino medidas, «condiciones y
restricciones». Es puro legalismo disputar por una nimiedad como que se tratara
de sanciones o de medidas. Desde el punto de vista pastoral son una misma cosa.
En resumen,
que el cardenal Ouellet admite las importantes afirmaciones que hice y que
mantengo, y niega afirmaciones que nunca he hecho.
Hay un punto que debo refutar totalmente de las
afirmaciones de Ouellet. Según él, la Santa Sede sólo estaba al tanto de rumores, lo cual no era motivo suficiente para
justificar medidas disciplinarias contra McCarrick. Afirmo en contrario que la
Santa Sede tenía conocimiento de una serie de hechos concretos y que está en
posesión de pruebas documentales, así como que a pesar de ello los responsables
optaron por no intervenir o bien se les impidió hacerlo: las compensaciones
pagadas por las archidiócesis de Newark y Metuchen a las víctimas de los abusos
sexuales de McCarrick, las cartas del P. Ramsey, las de los nuncios Montalvo en
2000, Sambi en 2006 y el Dr. Sippe en 2008, mis dos notas a los superiores de
la Secretaría de Estado pormenorizando las alegaciones contra McCarrick… ¿todo
eso son rumores? Es correspondencia oficial, no se trata de chismes de
sacristía. Los delitos de los que se informa son muy graves, incluido el de
intentar dar la absolución sacramental a cómplices de actos perversos, con la
subsiguiente celebración sacrílega de la Misa. Los documentos mencionados
especifican la identidad de los culpables y de sus protectores, así como el
orden cronológico de los hechos. Se guardan en los archivos correspondientes;
no hace falta ninguna investigación extraordinaria para obtenerlos.
En las
reconvenciones públicas que se me han dirigido observo dos omisiones, dos
silencios atronadores: El primero respecto a la situación de las víctimas. El
segundo tiene que ver con el motivo subyacente de que sean tan numerosas las
víctimas: la corruptora influencia de la homosexualidad en el sacerdocio y en
la jerarquía. En cuanto al primero, resulta desalentador que en medio de tanto
escándalo e indignación se tenga tan poco en consideración a quienes se han
visto perjudicados por los asaltos sexuales de quienes tenían la misión de ser
ministros del Evangelio. No me refiero a ajustar cuentas ni a lamentarse por
las vicisitudes de la profesión eclesiástica. No es una cuestión de política.
No se trata de las conclusiones que puedan sacar los historiadores de tal o
cual pontificado. Aquí lo que está en juego son las almas. Muchas almas han
estado y están en peligro de perder su salvación eterna.
Por lo que
se refiere al segundo silencio, esta crisis tan grave no se puede remediar si
no se llama a las cosas por su nombre. La crisis tiene su origen en la plaga de
la homosexualidad, en sus promotores, en sus motivaciones, en la resistencia a
las reformas. No exagero si digo que la homosexualidad se ha convertido en una
epidemia en el clero, y que sólo se puede erradicar con armas espirituales. Es
una hipocresía tremenda condenar los abusos, derramar lágrimas de cocodrilo por
las víctimas y sin embargo negarse a denunciar la raíz de tanto abuso sexual:
la homosexualidad. Es hipócrita no querer reconocer que esta plaga tiene su
origen en una grave crisis en la vida espiritual del clero y no tomar las
medias necesarias para ponerle coto.
Es indudable
que existen sacerdotes a los que les gusta tener aventuras amorosas, así como
que ellos mismos perjudican a su propia alma y la de aquellas personas a
quienes pervierten y a la Iglesia en general. Pero esas violaciones del
celibato sacerdotal suelen estar limitadas a las personas afectadas.
Normalmente esos sacerdotes no reclutan a otros por el estilo, ni los promueven
ni encubren sus fechoría; en cambio, las pruebas que demuestran complicidades
homosexuales difíciles de erradicar son apabullantes.
Está más que
demostrado que los predadores homosexuales explotan sus privilegios clericales
en su provecho. Pero afirmar que la crisis es cuestión de clericalismo son
puros sofismas. Es tratar de hacer ver que el motivo principal es un medio, un instrumento.
La denuncia
de la corrupción homosexual y de la cobardía moral que le permite aumentar no
encuentra consenso ni solidaridad en nuestros días, y por desgracia menos aún
en las altas esferas de la Iglesia. No me sorprende que al llamar la atención
hacia esta plaga se me acuse de deslealtad al Santo Padre y de fomentar una
rebelión abierta y escandalosa. Pero rebelarse supondría incitar a otros a
derrocar el Papado, y yo he exhortado a nada semejante. Todo los días rezo por
el papa Francisco más de lo que he hecho nunca por ningún pontífice. Ruego, y
hasta suplico fervientemente, que el Santo Padre se haga cargo de todas las
misiones que ha asumido. Al aceptar ser sucesor de San Pedro, ha asumido la
misión de confirmar a sus hermanos y la responsabilidad de guiar a todas las
almas siguiendo las huellas de Cristo, en el combate espiritual y por el camino
de la Cruz. Que reconozca sus errores, se arrepienta, demuestre que quiere
llevar a cabo la misión encomendada a San Pedro y una vez de vuelta en el
camino, confirme a sus hermanos (Cf. Lc. 22,32).
Para
concluir, me gustaría reiterar la exhortación a mis compañeros en el episcopado
y el sacerdocio que saben que mis declaraciones son ciertas y que estoy en
condiciones de atestiguarlo, o tienen acceso a los documentos que pueden
dilucidar esta situación despejando toda duda. Vosotros también os veis
obligados a tomar una decisión. Podéis retiraros de la batalla permaneciendo en
la conspiración de silencio y cerrar los ojos al avance de la corrupción; idear
excusas, avenencias y justificaciones para posponer la hora de la verdad, y
consolaros con la falsedad y el engaño de que será más fácil decir la verdad
mañana, y más aún pasado mañana.
O bien,
podéis optar por hablar. Confiad en Aquel que dijo: «la verdad os hará
libres». No dijo que sea fácil distinguir entre callar y hablar. Os
exhorto a pensar de qué decisión no tendréis que arrepentiros en el lecho de
muerte y ante el Justo Juez.
+Carlo María
Viganò, 19 de octubre de 2018
Arzobispo
titular de Ulpiana
Conmemoración
de los mártires
Nuncio
apostólico para la América Septentrional
(Traducido
por Bruno de la Inmaculada /Adelante la Fe)»