quarta-feira, 24 de outubro de 2018

Memórias da minha infância

Na minha querida aldeia, onde sempre se viveu um ambiente religioso que cultuava as Almas do Purgatório, todos os anos, entre os finais de Outubro e princípios de Novembro, uma comissão constituída por duas ou três pessoas encarregava-se de andar de porta em porta a fazer um peditório para o Ofício da Almas, que se realizava em Novembro, mês especialmente dedicado a sufragar as almas que padecem as penas do Purgatório. Esta piedosa devoção resulta da consciência em saber quanto bem se pode fazer em favor daqueles que constituem a Igreja Padecente, uma vez que eles já nada podem fazer para alcançarem mérito algum que lhes possa aliviar as suas penas.
Num ano em que não havia quem quisesse substituir os do ano anterior nesse trabalho, por declarada indisponibilidade dos mesmos, meu pai, não sendo capaz de aceitar tão grande perda para as Almas do Purgatório, propôs-se ele mesmo levar a cabo essa tarefa, nela me chamando a participar como seu “secretário”, quando eu teria uns nove ou dez anos.
O meu papel, que orgulhosamente desempenhava, era o de anotar cuidadosamente os nomes das pessoas e o valor do seu contributo. Como noutros peditórios, no final afixava-se em local habitual o relatório de contas, cumprindo assim com o intrínseco dever de rectidão e transparência.
Quando já pouco nos faltava para termos chegado a todas as casas, percorrendo o alto da Barreirinha, íamos entrar naquela que tem hoje o nome de Rua da Fonte da Moura, quando um desconhecido se aproxima de nós. Com ar cansado, perguntou por onde deveria seguir para ir até uma determinada terra em Espanha. Dizendo de onde vinha, de uma localidade próxima de Vila Real, seu fim era o de ir ao encontro de um irmão que adoecera.
Depois de meu pai constatar o quanto ainda lhe faltava para chegar ao seu destino, que percebi ser bem mais do que o que já tinha percorrido, e a pé, com uma expressão de compaixão bem visível no rosto, disse ao pobre caminhante que era melhor acompanhar-nos a casa para retemperar um pouco as forças.
Regressando a casa antes do tempo supostamente previsto, meu pai expôs a situação à minha mãe, que logo tratou de alimentar o visitante com o melhor de que dispunha. Terminada a refeição, preocuparam-se em lhe arranjar um farnel que lhe desse para algum tempo da grande caminhada que ainda tinha pela frente.
Saiu meu pai com o pobre homem, para o acompanhar até um ponto da aldeia de onde melhor lhe podia dar a indicação do caminho a seguir.
Eu já não o acompanhei porque, por aquele dia, o peditório tinha terminado. Aproveitando o facto de me encontrar sozinho na sala, voltei-me para a imagem de um quadro de Nossa Senhora do Perpétuo Socorro e, com um profundíssimo pesar por nada mais podermos fazer, supliquei à Mãe de Jesus que amparasse aquele seu filho.
Aquela oração foi tão sentida que logo fez repercutir em mim aquilo que na verdade eu entendo como sendo ecos da alma, do interior da qual ela brotava. E dada a insignificância do humano perante o divino, as potências da alma fizeram emergir a sensibilidade do coração, razão pela qual aquela súplica à Mãe de Deus passou a ser verbalizada e acompanhada de abundantes lágrimas.
Hoje relembro aqui aquele episódio para honrar a bondade de meus pais, mas também a memória de um homem cujo coração o levou a empreender tão grande jornada sem se preocupar com as inerentes dificuldades, porque maior eram o seu amor e compaixão pelo seu irmão que estava doente.

sexta-feira, 19 de outubro de 2018

Assim vai a Igreja onde se disseminou a ideia de que há no seu seio uma conspiração contra o Papa


Se a verdade vale menos do que a sua ideia, não perca tempo com esta leitura.

«Viganò responde a Oullet
19/10/18 7:17 PM

En la conmemoración de los mártires de la América Septentrional
Ha sido para mí una decisión dolorosa testimoniar la corrupción que aqueja la la jerarquía de la Iglesia Católica, y sigue siendo doloroso. Pero soy anciano, y sé que pronto habré de rendir cuentas ante el Juez de mis acciones y omisiones, y que teme a Aquel que puede arrojar el cuerpo y el alma al infierno. Juez que, a pesar de su infinita misericordia, retribuirá a cada uno según sus méritos el premio o la pena eternos. Anticipando la terrible pregunta de aquel Juez, «¿cómo pudiste tú, que conocías la verdad, quedarte callado en medio de tanta falsedad y depravación?» ¿Qué podría responderle?
He hablado con pleno conocimiento de que mi testimonio podía ser causa de alarma y consternación en muchas personas eminentes: eclesiásticos, otros obispos, compañeros de fatigas y oraciones. Sabía que muchos se sentirían ofendidos y traicionados. Había previsto que algunos a su vez me acusaran y pusieran en tela de juicio mis intenciones. Pero lo más doloroso de todo es que muchos fieles inocentes quedarían confusos y desconcertados al ver a un obispo que acusa a sus hermanos prelados y sus superiores de actividades ilícitas, pecados sexuales y grave dejación de funciones. Con todo, creo que de haber seguido manteniendo silencio habría puesto a muchas almas en peligro, y desde luego habría condenado la mía. A pesar de haber informado en numerosas ocasiones a mis superiores, e incluso al Papa, de las aberrantes acciones de McCarrick, habría podido denunciar antes en público la verdad que yo conocía. Si tengo alguna culpa en ese retraso me arrepiento de ella, retraso que se debió a la gravedad de la decisión que iba a tomar y al largo sufrimiento que supuso para mí conciencia.
Se me ha acusado de haber sembrado con mi testimonio confusión y división en la Iglesia. A esta afirmación sólo pueden dar credibilidad quienes sostengan que tal confusión y división eran insignificantes antes de agosto de este año. Cualquier observador imparcial habría observado ya perfectamente la prolongada y significativa presencia de ambas en la Iglesia, cosa inevitable cuando el sucesor de San Pedro renuncia a ejercer su principal cometido: confirmar a los hermanos en la Fe y en la sana doctrina moral. Si en vez de hacer eso agrava la crisis con mensajes contradictorios o declaraciones ambiguas, la confusión aumenta.
Por eso hablé. Porque la conspiración de silencio ha causado y sigue causando un daño enorme a la Iglesia, a tantas almas inocentes, a jóvenes con vocación al sacerdocio y a los fieles en general. Con respecto a esta decisión mía, que he tomado en conciencia delante de Dios, acepto de buena gana toda corrección fraterna, consejo, recomendación e invitación a avanzar en mi vida de fe y amor a Cristo, a la Iglesia y al Papa.
Permítanme recordarles de nuevo los puntos principales de mi testimonio:
–En noviembre de 2006 el nuncio en los EE.UU., arzobispo Montalvo, informó a la Santa Sede de las actividades homosexuales del cardenal McCarrick con seminaristas y sacerdotes.
–En diciembre del mismo año el nuevo nuncio, arzobispo Pietro Sambi, informó a la Santa Sede de las actividades homosexuales del cardenal McCarrick con otro sacerdote.
–También en diciembre de 2006, yo mismo dirigí una nota al Secretario de Estado, cardenal Bertone, la cual entregué personalmente al sustituto para asuntos generales, arzobispo Leonardo Sandri, solicitando al Papa que tomase medidas disciplinarias extraordinarias contra McCarrick a fin de impedir más delitos y escándalos. No recibí ninguna respuesta a esta nota.
–En abril de 2008, una carta abierta de Richard Sipe al papa Benedicto fue remitida por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Levada, al Secretario de Estado, cardenal Bertone. La carta contenía más acusaciones contra McCarrick de que éste se había acostado con seminaristas y sacerdotes. Me fue entregada un mes más tarde, y en mayo de ese mismo año dirigí una segunda nota al entonces Sustituto de Asuntos Generales, arzobispo Fernando Filoni, exponiendo las acusaciones contra McCarrick y solicitando que se le aplicaran sanciones. Esta segunda nota mía tampoco obtuvo respuesta.
–En 2009 ó 2010 supe por el cardenal Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos, que el papa Benedicto había ordenado a McCarrick abandonar el ministerio público y adoptar una vida de oración y penitencia. El nuncio Sambi comunicó a McCarrick las órdenes del Papa alzando tanto la voz que se lo oyó en los pasillos de la Nunciatura.
–En noviembre de 2011 el cardenal Ouellet, nuevo prefecto de la Congregación para los Obispos, me expuso una vez más las restricciones que el Santo Padre había impuesto a McCarrick, y o mismo se las transmití a éste cara a cara.
–El 21 de junio de 2013, hacia el final de una reunión de todos los nuncios en el Vaticano, el papa Francisco me dirigió unas palabras de reproche y de difícil interpretación sobre el episcopado de Estados Unidos.
–El 23 de junio, el papa Francisco me recibió en audiencia privada en su apartamento para que me hiciera una aclaración, y me preguntó: «¿Cómo es el cardenal McCarrick?», palabras que no puedo entender sino como una falsa curiosidad por saber si yo era o no aliado de McCarrick. Le dije que McCarrick había corrompido sexualmente a generaciones de sacerdotes y seminaristas, y que el papa Benedicto le había ordenado dedicarse exclusivamente a una vida de oración y penitencia.
–Por el contrario, McCarrick siguió gozando de especial consideración por parte del papa Francisco, el cual siguió confiándole más misiones importantes de gran responsabilidad.
–McCarrick formaba parte de una red de obispos favorables a la homosexualidad que gozando del favor del papa Francisco han promovido nombramientos de obispos para protegerse de la justicia y fomentar la homosexualidad en la jerarquía y en la Iglesia en general.
–Parece que el propio papa Francisco hace la vista gorda mientras se propaga esta corrupción, o bien, sabiendo lo que hace, es gravemente responsable porque no se opone a ella ni intenta erradicarla.
He puesto a Dios por testigo de la veracidad de estas afirmaciones mías, ninguna de las cuales ha sido desmentida. El cardenal Ouellet ha publicado un escrito reprochándome mi temeridad de haber roto el silencio y presentado acusaciones graves contra hermanos obispos y mis superiores, pero en realidad sus reproches me confirman en mi decisión, y de hecho confirman mis afirmaciones, una por una y en su totalidad.
–El cardenal Ouellet reconoce haberme hablado de la situación de McCarrick antes de que yo partiera para Washington a fin de tomar posesión de mi cargo de nuncio.
–El cardenal Ouellet reconoce haberme comunicado por escrito las condiciones y restricciones impuestas a McCarrick por el papa Benedicto.
–El cardenal Ouellet reconoce que dichas restricciones impedían a McCarrick viajar y hacer apariciones en público.
–El cardenal Ouellet reconoce que la Congregación para los Obispos había ordenado por escrito a McCarrick, primero por intermedio del nuncio Sambi y luego de mí, que llevara una vida de oración y penitencia.
¿Y qué alega el cardenal Ouellet?
–El cardenal Ouellet refuta que el papa Francisco hubiera podido acordarse de informaciones importantes sobre McCarrick en un día en que se había encontrado con docenas de nuncios y sólo había podido conversar con cada uno por breves minutos. Pero no fue eso lo que declaré en mi testimonio. Lo que testifiqué fue que en otro encuentro privado informé al Papa respondiendo a una pregunta suya sobre Theodore McCarrick, entonces cardenal arzobispo de Washington, figura destacada de la Iglesia Católica de los EE.UU., y que le dije al Papa que McCarrick había corrompido sexualmente a sus seminaristas y sacerdotes. Ningún papa se olvida de algo así.
–El cardenal Ouellet niega que en sus archivos hubiera cartas firmadas por los papas Benedicto o Francisco con relación a sanciones a McCarrick. Pero yo no dije eso en mi testimonio. Yo testifiqué que tenía en sus archivos documentos clave –vinieran de quien vinieran– que incriminaban a McCarrick y documentaban las medidas que se habían tomado al respecto, así como otras pruebas de encubrimiento en su caso. Y vuelvo a confirmarlo.
–El cardenal Ouellet niega que en los archivos de su predecesor el cardenal Re hubiera notas de audiencias que impusieran al cardenal McCarrick las mencionadas restricciones. Pero no fue eso lo que dije en mi testimonio. Lo que declaré fue que hay otros documentos: por ejemplo, una nota del cardenal Re, no ex audiencia SS.mi., o bien firmados por el Secretario de Estado o el Sustituto.
–El cardenal Ouellet alega que es falso que las medidas tomadas contra McCarrick sean sanciones decretadas por el papa Benedicto y anuladas por Francisco. Es cierto que técnicamente no eran sanciones sino medidas, «condiciones y restricciones». Es puro legalismo disputar por una nimiedad como que se tratara de sanciones o de medidas. Desde el punto de vista pastoral son una misma cosa.
En resumen, que el cardenal Ouellet admite las importantes afirmaciones que hice y que mantengo, y niega afirmaciones que nunca he hecho.
Hay un punto que debo refutar totalmente de las afirmaciones de Ouellet. Según él, la Santa Sede sólo estaba al tanto de rumores, lo cual no era motivo suficiente para justificar medidas disciplinarias contra McCarrick. Afirmo en contrario que la Santa Sede tenía conocimiento de una serie de hechos concretos y que está en posesión de pruebas documentales, así como que a pesar de ello los responsables optaron por no intervenir o bien se les impidió hacerlo: las compensaciones pagadas por las archidiócesis de Newark y Metuchen a las víctimas de los abusos sexuales de McCarrick, las cartas del P. Ramsey, las de los nuncios Montalvo en 2000, Sambi en 2006 y el Dr. Sippe en 2008, mis dos notas a los superiores de la Secretaría de Estado pormenorizando las alegaciones contra McCarrick… ¿todo eso son rumores? Es correspondencia oficial, no se trata de chismes de sacristía. Los delitos de los que se informa son muy graves, incluido el de intentar dar la absolución sacramental a cómplices de actos perversos, con la subsiguiente celebración sacrílega de la Misa. Los documentos mencionados especifican la identidad de los culpables y de sus protectores, así como el orden cronológico de los hechos. Se guardan en los archivos correspondientes; no hace falta ninguna investigación extraordinaria para obtenerlos.
En las reconvenciones públicas que se me han dirigido observo dos omisiones, dos silencios atronadores: El primero respecto a la situación de las víctimas. El segundo tiene que ver con el motivo subyacente de que sean tan numerosas las víctimas: la corruptora influencia de la homosexualidad en el sacerdocio y en la jerarquía. En cuanto al primero, resulta desalentador que en medio de tanto escándalo e indignación se tenga tan poco en consideración a quienes se han visto perjudicados por los asaltos sexuales de quienes tenían la misión de ser ministros del Evangelio. No me refiero a ajustar cuentas ni a lamentarse por las vicisitudes de la profesión eclesiástica. No es una cuestión de política. No se trata de las conclusiones que puedan sacar los historiadores de tal o cual pontificado. Aquí lo que está en juego son las almas. Muchas almas han estado y están en peligro de perder su salvación eterna.
Por lo que se refiere al segundo silencio, esta crisis tan grave no se puede remediar si no se llama a las cosas por su nombre. La crisis tiene su origen en la plaga de la homosexualidad, en sus promotores, en sus motivaciones, en la resistencia a las reformas. No exagero si digo que la homosexualidad se ha convertido en una epidemia en el clero, y que sólo se puede erradicar con armas espirituales. Es una hipocresía tremenda condenar los abusos, derramar lágrimas de cocodrilo por las víctimas y sin embargo negarse a denunciar la raíz de tanto abuso sexual: la homosexualidad. Es hipócrita no querer reconocer que esta plaga tiene su origen en una grave crisis en la vida espiritual del clero y no tomar las medias necesarias para ponerle coto.
Es indudable que existen sacerdotes a los que les gusta tener aventuras amorosas, así como que ellos mismos perjudican a su propia alma y la de aquellas personas a quienes pervierten y a la Iglesia en general. Pero esas violaciones del celibato sacerdotal suelen estar limitadas a las personas afectadas. Normalmente esos sacerdotes no reclutan a otros por el estilo, ni los promueven ni encubren sus fechoría; en cambio, las pruebas que demuestran complicidades homosexuales difíciles de erradicar son apabullantes.
Está más que demostrado que los predadores homosexuales explotan sus privilegios clericales en su provecho. Pero afirmar que la crisis es cuestión de clericalismo son puros sofismas. Es tratar de hacer ver que el motivo principal es un medio, un instrumento.
La denuncia de la corrupción homosexual y de la cobardía moral que le permite aumentar no encuentra consenso ni solidaridad en nuestros días, y por desgracia menos aún en las altas esferas de la Iglesia. No me sorprende que al llamar la atención hacia esta plaga se me acuse de deslealtad al Santo Padre y de fomentar una rebelión abierta y escandalosa. Pero rebelarse supondría incitar a otros a derrocar el Papado, y yo he exhortado a nada semejante. Todo los días rezo por el papa Francisco más de lo que he hecho nunca por ningún pontífice. Ruego, y hasta suplico fervientemente, que el Santo Padre se haga cargo de todas las misiones que ha asumido. Al aceptar ser sucesor de San Pedro, ha asumido la misión de confirmar a sus hermanos y la responsabilidad de guiar a todas las almas siguiendo las huellas de Cristo, en el combate espiritual y por el camino de la Cruz. Que reconozca sus errores, se arrepienta, demuestre que quiere llevar a cabo la misión encomendada a San Pedro y una vez de vuelta en el camino, confirme a sus hermanos (Cf. Lc. 22,32).
Para concluir, me gustaría reiterar la exhortación a mis compañeros en el episcopado y el sacerdocio que saben que mis declaraciones son ciertas y que estoy en condiciones de atestiguarlo, o tienen acceso a los documentos que pueden dilucidar esta situación despejando toda duda. Vosotros también os veis obligados a tomar una decisión. Podéis retiraros de la batalla permaneciendo en la conspiración de silencio y cerrar los ojos al avance de la corrupción; idear excusas, avenencias y justificaciones para posponer la hora de la verdad, y consolaros con la falsedad y el engaño de que será más fácil decir la verdad mañana, y más aún pasado mañana.
O bien, podéis optar por hablar. Confiad en Aquel que dijo: «la verdad os hará libres». No dijo que sea fácil distinguir entre callar y hablar. Os exhorto a pensar de qué decisión no tendréis que arrepentiros en el lecho de muerte y ante el Justo Juez.
+Carlo María Viganò, 19 de octubre de 2018
Arzobispo titular de Ulpiana
Conmemoración de los mártires
Nuncio apostólico para la América Septentrional
(Traducido por Bruno de la Inmaculada /Adelante la Fe)»

sexta-feira, 14 de setembro de 2018

Yoga, um veneno que está a ser servido aos cristãos


A ioga está baseada numa filosofia e numa visão que não são compatíveis com a fé cristã. As seguintes chaves resumem as publicações dos especialistas Joel S. Peters e Pe. James Manjackal a respeito do tema.

1. A ioga é uma disciplina espiritual hindu e não só posturas ou exercícios físicos

A palavra ioga deriva da raiz sânscrita “yuj” que significa “união”. O objectivo da ioga é unir o eu transitório (temporal), ou “jiva”, com o (eu eterno) infinito, ou “Brahman”, o conceito hindu de Deus.
Este deus não é um deus pessoal, mas uma substância impessoal espiritual que é “um só com a natureza e o cosmos”. Brahman é uma substância impessoal e divina que “impregna, envolve e subjaz em tudo”.
A ioga não é apenas um conjunto de posturas e exercícios físicos, mas uma disciplina espiritual que busca levar a alma ao “samadhi”, ou seja, aquele estado no qual o natural e o divino se transformam em um, o homem e Deus chegam a ser um sem nenhuma diferença.

2. É panteísta e, portanto, incompatível com o cristianismo

O panteísmo é aquela visão na qual deus e o mundo são um só. No hinduísmo existe uma realidade única e todo o resto é uma ilusão (ou Maya), ou seja, o universo é entendido como uma energia eterna, divina e espiritual, onde todos os indivíduos que existem – inclusive os humanos – são suas extensões.
A ioga é o caminho que conduz o praticante (varão=yogi, mulher=yogini) com esta energia cósmica.
Por outro lado, no cristianismo, através da revelação contida na Tradição e nas Sagradas Escrituras, conhecemos a verdadeira natureza do homem como criação única de Deus, criado à sua imagem e semelhança; onde nem o homem nem o universo criado são divinos.
No hinduísmo, o bem e o mal são ilusórios (Maya) e, portanto, inexistentes; enquanto no cristianismo, o pecado é uma transgressão da lei de Deus e o rechaço de nosso verdadeiro bem. Além disso, é inseparável para nossa fé porque é a razão pela qual necessitamos um Salvador. A Encarnação, a Vida, a Paixão, a Morte e a Ressurreição de Jesus são meios de salvação para os cristãos, ou seja, para nos libertar do pecado e de suas consequências.

3. Não é possível separar a espiritualidade hindu da prática da ioga

É um erro acreditar que praticando ioga só conseguirão benefícios corporais sem ser afectado pelo seu fundamento espiritual.
Isto acontece porque a ioga não trata essencialmente do relaxamento ou da flexibilidade, mas de utilizar os meios físicos para um fim espiritual.
Como explica o apologista Michael Gleghorn, há especialistas em ioga, como Georg Feuerstein e Jeanine Miller, que ao falar sobre as posturas desta prática (asana) e dos exercícios de respiração (pranayama) assinalam-nas como algo mais que simplesmente outra forma de exercício: são “exercícios psicossomáticos”, isto é, que o processo de origem psíquica também influencia no corpo.
O reconhecido investigador sobre ioga, Dave Fetcho, também assinala que a filosofia oriental é interdependente com a prática da ioga:
“A ioga física, segundo sua definição clássica, é intrínseca e funcionalmente incapaz de ser separada da metafísica das religiões orientais. O praticante ocidental que tentar fazer isto está fazendo com ignorância e em perigo, tanto do ponto de vista do iogue como do ponto de vista cristão. (Ioga; 725:2)

4. Sim, a Igreja Católica se pronunciou sobre o tema

Na “Carta aos bispos da igreja católica acerca de alguns aspectos da meditação cristã” de 1989, a Congregação para a Doutrina da Fé, embora não condene expressamente a ioga, assinala no numeral 12 que é necessário ser prudente com a prática de “métodos orientais”, inspirados no hinduísmo e no budismo:
“Estas propostas ou outras análogas de harmonização entre a meditação cristã e as técnicas orientais, deverão ser continuamente examinadas mediante um cuidadoso discernimento de conteúdos e de método, para evitar a queda num pernicioso sincretismo”.
O numeral 14 explica que a noção de que os seres humanos se unam “com uma consciência cósmica divina” contradiz os ensinamentos da Igreja:
“Para aproximar-se daquele mistério da união com Deus, que os Padres gregos chamavam divinização do homem, e para compreender com precisão as modalidades segundo as quais ela se realiza, é necessário ter presente, em primeiro lugar, que o homem é essencialmente criatura e tal permanece para sempre, de modo que jamais será possível uma absorção do eu humano pelo Eu divino, nem sequer nos mais elevados graus de graça”.
Em 2003, o Conselho Pontifício da Igreja Católica para o Diálogo Inter-religioso publicou um documento intitulado “Jesus Cristo portador da Água da Vida”, no qual descreve a ioga como uma das muitas práticas da New Age (Nova Era) e que é “difícil de reconciliar com a doutrina e a espiritualidade cristã”.
No numeral 3 explica por que o da ioga não ajuda na meditação e na oração cristã:
“Para os cristãos, a vida espiritual consiste em uma relação com Deus que vai se tornando cada vez mais profunda com a ajuda da graça, em um processo que ilumina também a relação com nossos irmãos. A espiritualidade, para a New Age, significa experimentar estados de consciência dominados por um sentido de harmonia e fusão com o Todo. Assim, ‘mística’ não se refere a um encontro com o Deus transcendente na plenitude do amor, a não ser à experiência provocada por um voltar-se sobre si mesmo, um sentimento exultante de estar em comunhão com o universo, de deixar que a própria individualidade entre no grande oceano do Ser”.

5. A origem da ioga remonta aos “vedas” e existe mais de um tipo

Embora suas origens remontam há 5 mil anos e durante muito tempo seus princípios foram transmitidos oralmente, a ioga foi colocada por escrito e apareceu publicamente nos 4 antigos textos hindus conhecidos como os Vedas (depois nos Upanishads).
Alguns anos depois, o pensador hindu Patañjali compilou e codificou todo o conhecimento da ioga no Ioga Sutra, o texto de mais autoridade sobre este tema, reconhecido por todas suas escolas.
Patañjali explicou em seus escritos as 8 vias que guiam as práticas da ioga, da ignorância à “iluminação” ou união com Brahman. São estas: o autocontrole (yama), a prática religiosa (niyama), posturas (asana), exercícios de respiração (pranayama), controle dos sentidos (pratyahara), concentração ou controle mental (dharana), contemplação profunda (dhyana), iluminação (samadhi).
É interessante observar que as posturas e os exercícios de respiração que normalmente são considerados no Ocidente como toda a Ioga, são os passos que procuram a união com o chamado Brahman.

Fonte: https://pt.churchpop.com/5-motivos-que-mostram-que-ioga-e-incompativel-com-cristianismo/

Se quer um dia chegar ao Céu, fuja do modernismo!

Com base na ideia generalizada de que não nos devemos prender a regras rígidas, aceitamos ser flexíveis. Mas como não possuímos uma chave que nos permita aferir com precisão em que situações devemos usar dessa flexibilidade, usa-la em eclesiologia é correr o risco de abrirmos a porta ao liberalismo doutrinal e teológico.

A pessoa que não vigia atentamente nesse sentido fica permeável ao erro daí decorrente. É o que acontece hoje com tantos membros da Igreja, para os quais o conceito de tolerância os leva ao facilitismo, ambos fruto do modernismo que parece ter-se institucionalizado e contra cujos erros já grandes timoneiros da Barca de Pedro, como o Papa S. Pio X na Pascendi Dominici Gregis, se pronunciaram condenando-os.

No que diz respeito à liturgia, pode dizer-se que assistimos, numas paróquias mais do que noutras, a ensaios permanentes do que fora redigido no guião da Maçonaria, o "Masterplan para destruir a Igreja" (leia o seu capítulo VIII). Tal como aí fora planeado, tudo tende a convergir para a comunidade e não para Deus. As próprias celebrações permitem que as pessoas tenham alguma visibilidade, secundarizando os mistérios sagrados, o que origina um mal de que passa a sofrer a maioria dos que compõem a estrutura.

Isso leva a que os primeiros a ficarem fragilizados sejam os que foram ordenados para serem curadores de almas. E por essa sua fraqueza, ficam os fiéis praticamente entregues à sua sorte, permeáveis ao espírito do mundo, à incisiva e cada vez mais astuta influência em nós. Sinal disso mesmo é quando passamos a aceitar que, práticas como o Reiki, Yoga e outras da Nova Era, não são incompatíveis com a vida Cristã. É assim que, contaminados com tão grave vírus que entra em nós pelas sugestões do mundo, levamos para a Igreja o que vivemos na mundanidade.

Antes era na Igreja que encontrávamos os valores que norteavam a vida em família e em sociedade. Hoje, porque nesta o peso dos católicos é cada vez mais diminuto, invisível, inconsequente, já não são os católicos a influenciarem a sociedade mas a sociedade a moldar os católicos.

Um exemplo simples: Há umas décadas, porque da Igreja as pessoas levavam para o seu dia-a-dia a moral Cristã, ninguém se coibia de demonstrar a um adolescente quão reprovável poderia ser uma sua má acção ou comportamento. Estes, vendo-se constrangidos pela vergonha, até o acto de fumar um cigarro tinha que ser às escondidas de toda a gente. Agora, ver crianças com doze ou treze anos com um cigarro na mão e, já nessa idade, em actos lascivos a excitarem a sua sexualidade, tolera-se, ao ponto de termos que lhes pedir licença para nos permitirem a passagem numas escadas ou no passeio.

Quiçá pela crise de fé que está a abalar a Igreja, fruto também dos factores que acabo de referir, mas não essencialmente, os responsáveis se tenham visto na necessidade de adoptarem novas medidas no sentido de evitarem que as igrejas venham a "ficar às moscas", como já acontece em tantas comunidades.

O que se vê nas áreas mais populacionais, é os párocos a desdobrarem-se em ideias para atraírem mais pessoas à Igreja, principalmente os jovens. Falham porém e redondamente pelo método. Parece que saem dos seminários com um programa de software que alguém lhes implantou no cérebro enquanto dormiam para que tenham uma imagem diferente do que é ser igreja hoje, imagem de uma igreja que não deve criar barreiras ao espírito do mundo, uma igreja onde cabem todos para se dizer moderna. Estes padres, que no seminário adormeceram quando era a hora de estarem vigilantes, não conseguem ver que estão a desfigurar a Igreja. Seu ministério mais se parece com o de um simples funcionário do mais importante museu do mundo, que substituindo o director numa ausência mais prolongada, põe no sótão as mais ricas e belas obras do museu e substitui-as por outras de arte abstracta e grotesca.

Em suma, é neste modernismo que estão a conduzir o povo de Deus para uma igreja sem Tradição e sem Doutrina, porque o manual pelo qual se regem, que é o relativismo, substitui a Verdade pela opinião da sociedade. E o resultado é aquele que vemos: a ascese para a santificação já não é necessária; e o pecado, bem… como todos se salvam, deixa de fazer sentido andar a falar de pecado. E se inevitável for fazer alguma alusão a ele, aligeira-se a coisa e fala-se simplesmente em faltas.

É este o “evangelho” dos modernistas. Segundo eles, pecado é coisa que persiste apenas na cabeça dos beatos que em seu radicalismo se negam a acompanhar os tempos; tempos onde já não cabem as verdades definidas como tal pelo Sagrado Magistério. E assim já não se fala em heresias, ao se contornarem ou negarem explicitamente vários Dogmas de Fé.

Contrariamente aos poucos que à semelhança da virgens prudentes sempre estiveram vigilantes e se tornaram padres que fazem do seu ministério uma bússola que orienta para Cristo, os padres modernos apontam, uns para eles mesmos, e outros, pouco mais sãos, para um espírito comunitário que faz da Igreja um mero conjunto de grupos paroquiais onde as pessoas se sintam bem, como se a realização de um sacerdote de Cristo passasse pelas dinâmicas introduzidas para ter uma paróquia muito activa.

Assim fica o povo de Deus, numa igreja onde, sem a Sagrada Tradição, sem Dogmas e sem Doutrina, os Mandamentos dão lugar à fraternidade e à tolerância para com todos. Sim, tolerantes para com todos os pecadores que, arrependidos, querem fazer caminho na Igreja e procuram a Verdade, porque fora disso, tolerar é ser cúmplice no pecado. E para que não haja dúvidas quanto ao erro que os modernistas têm vindo a infundir em nós quando nos pretendem calar com a frase, “ninguém pode julgar”, é a própria Palavra de Deus que nos diz: «Porventura, compete-me, a mim, julgar os de fora? Não são os de dentro que tendes de julgar? Os de fora, Deus os julgará. Afastai o mau do meio de vós.» (1cor 5, 12-13).

Acolhidos e promovidos os que bebem a teologia dos padres modernistas, são afastados os que a contestam, rotulando-os de beatos, radicais, conservadores e sei lá mais o quê, ficando espaço apenas para os que são capazes de servir com uma “mente aberta”, os que praticam uma moderada forma de devoção, que é como dizer: fazer como todos fazem, viver a sua vidinha e nada mais, porque os erros dos outros é lá com eles.

Em comunidades assim, onde “todos cabem” e encontram “palco” os que têm mais jeito para “artista”, não é invulgar vermos pessoas com uma estranhíssima devoção. Não me refiro àquelas que num dia acendem uma vela a Santo António, e no outro ao Dr. Sousa Martins (maçon a quem os espíritas prestam grande culto), mas às que têm grande devoção por si próprias.

E assim se vai arrastando o povo de Deus, em tantas paróquias onde não há padres que sejam a tal bússola a indicar o caminho que conduz à porta estreita da salvação.

Como no Céu não se entra em grupos como numa excursão, de nada valendo dizermos que somos dos que vão à Missa ou participamos muito na vida paroquial, cabe a si, caríssimo leitor, aprofundar o conhecimento da Verdade que o ajudará a caminhar com segurança na Igreja que é Una, Santa, Católica e Apostólica.

Decida-se, e o Senhor lhe concederá as graças necessárias.

segunda-feira, 11 de junho de 2018

Um ex-gay escreve à Igreja Católica: "Não me deveis desculpas. Sou eu quem vos devo tudo.”

Querida Igreja Católica,
Como um ex-homossexual que voltou para vós à procura de Deus, eu gostaria que soubésseis que não, vós não me deveis nenhum pedido de desculpas. Nunca, por nenhum momento, em meus 43 anos levando um estilo de vida homossexual, eu me senti marginalizado pela Igreja. A Igreja nunca me abandonou. Jamais eu senti como tivesse sido desamparado. Fui eu quem me desamparei a mim mesmo. Nem por uma vez sequer eu me senti rejeitado pela Igreja, como se não tivesse lugar nela. Vossas portas sempre estiveram abertas para mim. Fui eu quem as atravessei e fui embora.
Vós tendes de saber que não houve um só dia, em meus 43 anos, em que eu não reconhecesse o quão ofensivo a Deus era o meu comportamento. Olhando para trás, posso dizer honestamente que o obstáculo entre Deus e eu, posto por mim mesmo, constituiu um de meus maiores sofrimentos. O que me manteve afastado da Igreja foi a minha estupidez e o meu sentimento de culpa. Vós me destes a verdade e eu a rejeitei.
Como isso pôde ter acontecido? Muito simples. Eu usava desculpas. Insistia em que não detinha nenhum autocontrole sobre meu pecado. Entrei numa mentalidade de que talvez, por acaso, um Deus amoroso estivesse bem com tudo o que eu estava fazendo. Qualquer que fosse a verdadeira razão para isto, achei muito mais fácil ocultar toda a minha culpa no recanto mais escondido da minha consciência. E, então, por 43 anos, todo aquele pecado e toda aquela culpa permaneceram empoeirados e sem arrependimento algum.
Obrigado por me dar a coragem de proclamar o que me tendes ensinado há tanto tempo. Vós não me deveis nada. Sou eu quem vos devo tudo. Vós não me deveis nenhum pedido de desculpas. Fui eu quem ofendi a Deus, a sua Igreja e os seus ensinamentos. Fizestes a vossa parte. Proclamastes a verdade na caridade, mas eu a ignorei. Eu tenho e assumo a total responsabilidade por meus caminhos pecaminosos. Fui eu quem rejeitei as muitas cruzes que o Senhor me deu. Fui eu quem enfrentei meus demónios. Fui eu quem rejeitei a salvação que vós me oferecestes.
Ao longo de meus 43 anos afastado da Igreja, Deus concedeu-me uma cruz após a outra e eu as rejeitei todas. Foi só em 2008, quando contraí o vírus da SIDA, que se abriram as comportas de minha consciência. Foi naquele dia que eu percebi o quanto precisava de vós. Era chegada a hora de eu arrastar os meus pecados empoeirados e atravessar aquela porta que sempre esteve aberta para mim por tantos anos.
Obrigado por me terdes acolhido de volta. Obrigado por me dar a coragem de proclamar o que me tendes ensinado há tanto tempo. Vós não me deveis nada. Sou eu quem vos devo tudo.
Não, a Igreja não deve aos homossexuais um pedido de desculpas. As portas estão abertas. Aceite a verdade na caridade e saiba que Deus sempre o ajudará a carregar a sua cruz. Tome a sua cruz como eu tomei. Deus está esperando. Não tenha medo. A Igreja não é sua inimiga.
Eu estou velho agora e bastante afetado por problemas de saúde. Mal sou capaz de carregar a minha cruz. Mas eu estou onde eu quero estar. Perto de Deus, próximo de sua Igreja e adorando a verdade que eu rejeitei por tantos anos. 
A Igreja deve pedir desculpas, no entanto, por seus padres e bispos favoráveis à homossexualidade, os quais estão colocando as almas dos homossexuais em grande perigo, por não dar a eles a verdade do Evangelho.

Em Cristo,
Ir. Christopher Sale
Fundador dos Irmãos do Padre Pio